Un texto de Erika Irusta. Blog. El Camino Rubí.
Hoy tenía planeado un regalo. De hecho al final de la reflexión estará pero no me sale. No me sale comenzar escribir como si nada hubiera pasado. En mi perfil personal de FB expuse mis sentimientos hacia lo sucedido en este Estado. No creo que hay ninguna mujer que no haya reflexionado en torno a lo sucedido. No, no hablo de la factura de la luz. Hablo del derecho a disponer del propio cuerpo. Y no, no quiero un enfrentamiento entre quien defiende una u otra posición. No quiero gritar porque no me encuentro en los gritos. Quiero abrir brechas donde poder encontrarme, encontrarnos. Y no hablo de encontrarme con ellos, quiero encontrarme con nosotras.
No sé qué decir. Soy un manojillo de emociones. Hay un miedo estúpido en mí que me pide contención y no posicionamiento explícito. Joder, ni que fuera una gurú casposa. Todas vosotras sabéis que converso sin dogma y sin bragas. A pechotes (pechitos) descubiertos. El tema es que me siento una imbécil si no me pronuncio, ni siquiera para decir que no encuentro las palabras que den cuerpo a lo que siento y pienso.
Yo me dedico a generar espacios educativos de crítica, reflexión y conocimiento del cuerpo femenino. Suena bonito y largo, así como currado, pero esto entraña una responsabilidad. Y estoy aquí, asumiendo que la mía es la de acompañar a traer de vuelta el cuerpo de cada mujer (para cada mujer). Por ello, como explico en los talleres, no podemos seguir permitiendo que nuestro cuerpo pase de mano en mano, sin tomarlo, sin habitarlo, sin hacerlo nuestro. Cuando sentimos que nuestra mente va por un lugar y nuestro cuerpo por otro, cuando nos da apuro hundir nuestros dedos al fondo de nuestra vagina y palpar nuestro cérvix estamos evidenciando una realidad simbólica que hoy se hace más cruda: nuestro cuerpo es un bien en usufructo para nosotras. Sí, vivimos en un cuerpo alquilado. El miedo que sentí la primera vez que me puse un tampón nacía del pánico que tenía a tocar algo que «no era mío», no para mí. Algo que era para mi príncipe azul, para el ginecólogo guapetón de las mujeres de mi familia o para mis fututos vástagos. Este algo era de mi padre en primera instancia pues bien sabía que en mi «algo» habitaba el honor, la valía de toda una familia. No, mi padre nunca me lo dijo. Tampoco mi madre, pero yo ya sabía que tenía que «cuidarme». Entregar el cuerpo al Estado o cuidarlo para devolvérselo a las hijas es lo que una madre (o quien ocupe su lugar) decide (consciente e inconscientemente) cuando trae una criatura al mundo (María Milagros Rivera- Garretas habla de esto) Somos animales con registro civil, con sello estatal, con costumbres y tradiciones que regulan hasta la posesión, uso y disfrute de nuestro cuerpo. Así sentimos esta disociación. Así sentimos en nuestra carne la realidad. Nuestro coño, nuestro útero, nuestro ciclo hormonal no nos pertenece. No es un cuento. Está legislado.
Trabajo para que todas nos colonicemos, para que nos recuperemos, para que habitemos la vasta selva que habita entre nuestras piernas y se extiende por nuestro pecho. Pero cuesta. Es el trabajo de toda una vida, porque nada ayuda. Pocas cosas. Muy pocas. Escasas referencias. Contradicciones culturales. Interrupciones simbólicas. Ahora, ante el anteproyecto de ley, me quedo en silencio. Observando el dolor. No, no quiero gritar. No tengo la posibilidad. No me sirve. No me calma. Aquí se está legislando el derecho de disponer de nuestro cuerpo. Va más allá de gestar o no vida. No, ahora no voy a entrar en el estéril debate, de cuándo la vida es vida. Respeto todas las místicas y respeto los fundamentos científicos. Lo que yo necesito expresar es que esta ley es un duro ejemplo de lo que vivimos en la realidad: la expropiación de nuestros bienes. No conocer nuestras hormonas, creer que nuestro cuerpo es más débil y falible, que nuestra menstruación es inútil y molesta son ejemplos cotidianos que muestran que estamos habitadas por el sistema. Creemos que abortar o no de manera legal, gratuita y segura es la clave de la disposición de nuestro cuerpo (sin duda es una de ellas) pero hay más, muchas más.
Lo que aquí ha ocurrido es que acabamos de verlo: grande, rudo, sucio, trapero, así es tener al Estado entre las piernas. El sentimiento de abuso y de culpa propios de una violación, que aún siendo simbólica, es real y nos deja a algunas, mudas, temblando en una esquina. Otras gritan. Algunas buscan las granadas. Algunas aplauden. Yo…
no sé hilar las palabras que sepan expresar lo que se me escapa entre las líneas.
No hay nada que discutir. No puede haber espacio para legislar una decisión propia sobre la disposición del cuerpo. Las decisiones de las mujeres no pueden ser sujeto de opiniones públicas, ni debates. Mi amiga Alicia me hizo caer en la cuenta de esto. Creo sinceramente que nos perdemos dando explicaciones y razones. Siempre nos justificamos. Esto se tiene que acabar. Creo en las redes de mujeres. Apuesto por la educación como medio preventivo y también como medio para encontrar soluciones. Por supuesto creo en que el Estado debería dar amparo a esto pero sé que a Papá Estado no se lo puedo pedir. Esto me inquieta pero sé que no puedo pedirle al que me habita de múltiples formas que se corte, que no marque los términos en una parcela concreta de mi cuerpo. El tema, para mí, es sacarlo fuera. Trabajo para ello, pero conozco mis límites. Sé que ahora mis palabras están limitadas. Espero que me comprendáis.
No puedo ni quiero decir nada cerrado. Aún estoy meditando sobre qué es lo que se me atasca. Hay algo que no comparto con el populismo alzado de estos días. No sé porqué. Igual es que soy una melona. Puede ser. Pero intuyo que hay algo más. Por eso mientras lo averiguo quería escribiros. Señalar mi posición. Posición fuerte en la base pero confusa en los medios.
Quiero encontrar el sentido. El hilito que se me escapa entre tanta rabia y tanta pena. Si me queréis acompañar con vuestras reflexiones, estaré encantada.
Y aquí, está el regalo. Es un regalo sencillo. Bueno es un regalo- descuento. En mi apuesta por escribir desde un cuerpo habitado por mí y las aventuras de echar al inquilino mamón, nació el año pasado laColección 2012 de Cartas desde mi cuarto propio. Como sois un montón las que estáis colaborando en que la Colección 2013 de Cartas desde mi cuarto propio nazca en tinta y papel a través de Verkami (podéis conocerlo y amadrinarlo aquí) he pensado en hacer un precio especial para el primer libro. Para que sea aún más asequible el acceder a conocimiento real sobre nuestro cuerpo, nuestras experiencias, nuestro ciclo. Por ello,
AQUÍ podéis regalaros el libro, en formato electrónico, Cartas desde mi cuarto propio. Colección 2012 (con ilustraciones preciosas) a un precio bajito.
Es un regalo o un autoregalo que marca una diferencia. Ahora más que nunca.
Esta es la aportación que deseaba hacer hoy. Ojalá hubiera sido más alegre, más canalla, pero la realidad se impone. Sigo sintiendo lo que convulsiona en mí. Os achucho. Mucho.
Pic de Designspiration