Katherine Frank escribió un libro para contar su experiencia, el cual está adaptado de su tesis doctoral.
Antropóloga cultural, con doctorado en la Universidad de Duke, investigadora de temas de sexualidad y escritora. Así se define Katherine Frank, autora de “G-Strings and Sympathy: Strip Club Regulars and Male Desire” (“Afinidad al colaless: Clientes habituales a los clubes de stripper y el deseo masculino”), libro en el que se adentra en el mundo de los locales nocturnos para hombres con el fin de explicar la relación que se establece entre bailarinas y clientes.
Pero las conclusiones a las que llega en el texto no sólo están basadas en la observación, ya que para escribir con mayor “conocimiento de causa”, Katherine trabajó durante seis años como stripper en cinco clubes nocturnos, algunos de mucho prestigio y otros no tanto.
Según explica en su página web, durante su “investigación en terreno”, la antropóloga pudo entrevistarse con más de 30 clientes habituales a estos locales, la mayoría de ellos de clase media y que estaban al final de sus 20 o en la mitad de sus 50.
Sin duda, la conclusión más importante a la que llegó con su estudio es que, contrario a lo que comúnmente se cree, los clubes nocturnos no afectan la capacidad que tienen los hombres para tener intimidad con sus esposas, sino que en realidad ayudan a mantener unidos muchos matrimonios.
“Para los hombres que decían estar enamorados de sus esposas y que deseaban permanecer casados, lo que ocurría en los clubs era transgresor y suficientemente real para ser excitante, pero seguía siendo una fantasía”, relató a la revista “Salon”, donde fue entrevistada hace algún tiempo.
En aquella oportunidad, Katherine también sostuvo que su experiencia como bailarina exótica, de alguna manera la ayudó a cambiar su opinión respecto a los hombres que visitan ese tipo de locales.
“Creo que me volví más empática. Antes de graduarme era una feminista anti-pornografía (…) Pero al hablar con los clientes en los clubes nocturnos, me di cuenta de que ellos también han sufrido daño por la cultura sexista. Sentían que sus esposas y novias nunca podrían aceptar sus deseos, y que nunca podrían pedir consejos sobre sexo, porque de alguna manera se suponía que ellos lo sabían todo”, explicó.
La antropóloga, quien adaptó el libro de su tesis doctoral, reconoció que su investigación fue un proyecto bastante riesgoso y que incluso sus colegas le cuestionaban si alguna vez podría conseguir un empleo si trabajaba como bailarina. “Pero creo que el momento era el adecuado”, señaló.
Un entretenimiento costoso
Katherine afirmó que tuvo varias experiencias positivas durante su desempeño como stripper, como descubrir que los gustos masculinos son diversos. “Aprendí que los hombres tienen una percepción mucho más variada respecto a qué tipo de cuerpos son hermosos o sexy, que la que tienen las mujeres”, relató.
También reveló que las luces que se utilizan dentro de los locales, hacen que las bailarinas se vean bronceadas, con su piel perfecta, sin celulitis ni irritaciones debido a la depilación de su zona pública.
“En los vestidores ves realmente cómo son. Pero hay ciertos parámetros: la juventud es algo importante y las chicas que tienen el pelo corto rápidamente se dan cuenta de que tienen que ponerse pelucas largas para obtener propinas”, confesó.
Respecto a cómo se comportan los hombres en sus visitas a los clubes nocturnos, la antropóloga indicó que los que van en grupo son diferentes a los que asisten solos. “Los hombres en grupo hablan más, comparan más descaradamente los cuerpos femeninos, son más críticos del físico de sus esposas o novias”, dijo.
Pero, a pesar de que lo que vivió en los locales en que trabajó en general fue bueno, Katherine admitió que no le gustaría que su esposo fuera un cliente frecuente de ellos, principalmente por un asunto de dinero.
“El hombre puede pensar que le está dando dinero a la mujer que le ‘robó el corazón’, de manera que ella tiene el poder. Pero es dinero para entretenimiento. A veces, un hombre puede gastar 500 dólares en una bailarina”, afirmó, y agregó: “Hice más de 1.000 dólares en una noche y sé de bailarinas que hacían más de 3.000”.
Fuente: www.emol.com/