El porno: ese asunto que da tantos quebraderos de cabeza a madres, padres y educadores, pingües beneficios a un puñado de empresas y al que le dedican una buena cantidad de horas jóvenes y no tan jóvenes.
Queremos desmontar algunos mitos o creencias erróneas, para ayudar a reflexionar y entender algunas cosas:
Creencia errónea n.º 1: Quiero disfrutar de mi sexualidad tal y como he visto que hacen en las pelis porno.
El porno es, en su gran mayoría, ciencia ficción. Lo que ocurre en la pantalla en las películas porno no se corresponde con lo que ocurre luego en nuestras vidas y nuestros cuerpos. Se puede disfrutar de lo que vemos, si nos gusta, pero hay que saber distinguir realidad de ficción, para no llegar con expectativas irreales a nuestros encuentros sexuales. Si esperamos algo inalcanzable porque no es realista, corremos el riesgo de que el sexo nos genere frustración en lugar de placer. Igual que no pretendemos saltar como Spiderman de un edificio a otro, no podemos pretender que nuestra vida sexual ni nuestro cuerpo sea como lo que vemos en el porno. Ni falta que hace.
Creencia errónea n.º 2: Las prácticas sexuales que veo en el porno son las mejores para disfrutar.
El porno refuerza esa idea tan común de que el sexo tiene que ver con los genitales y el coito. Desde la sexología siempre insistimos en que el sexo y la erótica son mucho más que eso, y que se entiende mejor y disfruta más el sexo cuando todo el cuerpo – y la mente – y todos los sentidos entran en juego. Por otro lado, cuando defendemos la importancia de la diversidad sexual, hablamos de que cada persona es diferente y puede construir y disfrutar su sexualidad de un modo distinto, propio y que responda a sus necesidades y deseos. No a todo el mundo le gusta lo mismo. Y esa es una de las riquezas del sexo. Solo que hay que tomarse un poco de tiempo e interés en descubrir lo que nos gusta, y poner en valor nuestras particularidades en cuestión de gustos y deseos.
Creencia errónea n.º 3: Si me gusta el porno violento no pasa nada: eso no influye en mis actitudes y conductas.
Sinceramente, el porno extremadamente violento con el que nos encontramos a menudo no es inocuo, y claro que tiene influencia en la gente que lo ve. En primer lugar, puede producir falta de empatía y que entendamos mal de qué tratan las relaciones sexuales. Es importante que tengamos claro que la falta de consentimiento, el abuso y la agresión o el sometimiento de las mujeres no son ningún juego. Por otro lado, ese tipo de porno ayuda a reforzar y perpetuar la larga lista de violencias machistas que llevamos tanto tiempo intentando evitar y combatir. El porno no es el inventor de dichas violencias, presentes en muchos ámbitos de nuestras vidas, pero sí se ha convertido últimamente en uno de sus mayores escaparates y altavoces. No nos engañemos: sexo y violencia son términos que no riman.
Creencia errónea nº 4: Las mujeres que aparecen sometidas y vejadas en las pelis porno en realidad disfrutan con ese tipo de prácticas.
Este asunto es peliagudo porque tanto porno está construyendo una imagen distorsionada de lo que está bien y está mal y de lo que nos hace disfrutar. En el sexo todo vale, siempre que haya consentimiento de todas las partes implicadas y que se respeten los límites de la ética. Pero ojo: ese consentimiento debe ser real, no fruto de la presión social o el desconocimiento. No puedes pegarle a tu amante en mitad de un encuentro erótico solo porque lo has visto en las pantallas y te parece que es una buena manera de pasarla bien. Para que eso funcionara, tendría que haber un acuerdo previo sobre el tipo de prácticas que a ambas personas os gustan, y eso no suele suceder. Las mujeres (sí, una vez más hay un fuerte componente machista en este asunto) sometidas y con caras de dolor que nos muestran las pantallas no lo están pasando bien. El problema surge cuando, acostumbrados en exceso a ese tipo de actitudes y gestos, interpretamos que así es como demuestran las mujeres su placer, sin entender que en realidad no están disfrutando, sino todo lo contrario.
Por último, un apunte sobre algunas cosas que suceden en el encuentro real entre los sexos y no en el porno. El encuentro erótico, encuentro entre personas sexuadas, puede tener algunos elementos que lo hacen especial y diferente de otros tipos de encuentros: la intimidad, el misterio y la posibilidad de compartir nuestra vulnerabilidad de un modo seguro. Todo ello son cosas placenteras en sí mismas, y que ayudan a llevarse mejor con uno/a mismo/a y a entenderse mejor. El porno lo que hace es justamente eliminar todos esos aspectos y desvincular el sexo de esa faceta más emocional, para reducirlo a su componente más corporal y productivo: parece que cuenta más la cantidad de orgasmos, eyaculaciones o amantes, más que la calidad de los encuentros, la comunicación y el disfrute en ellos.
Al final, la cuestión no es si el porno es bueno o no. Ese debate no nos lleva a ningún sitio, desde nuestro punto de vista. La cuestión es si somos capaces de decidir por nosotros/as mismos/as o permitimos que otra gente – con intereses totalmente ajenos a los nuestros – nos diga cómo tiene que ser nuestra sexualidad. De hecho, no se puede meter todo el porno en el mismo saco, porque más allá del mainstream (el porno más habitual y extendido) existen propuestas distintas, respetuosas con las personas, capaces de mostrar y celebrar la diversidad en lugar de censurarla. El ejercicio responsable de mi sexualidad, también incluye la elección del tipo de porno que dejo que entre en mis pantallas.
Nuestra propuesta es que aprendamos a ser capaces de valorar más la calidad que la cantidad, y que cada quien pueda escribir su propio relato sexual, decidiendo qué cosas le gustan y cuáles no, cómo quiere comportarse sexualmente, con quién y cuándo, escuchando sus propios deseos, respetando y haciéndose respetar y poniendo los cuidados y el placer en primer plano.
Si quieres charlar y reflexionar sobre este tema, puedes venir a la charla que haremos en el Cipaj el miércoles día 27 de marzo, a las 17 h.
Inscríbete aquí: https://bit.ly/2GwZk2G
Lurdes Orellana y Victoria Tomás
Asesoría sexológica del CIPAJ y Universidad de Zaragoza