CUESTIÓN DE PELOTAS. HACERSE HOMBRE, HACERSE EL HOMBRE EN EL FÚTBOL.

El artículo de Alberto del Campo Tejedor  Profesor de Antropología Social de la Univ. Pablo de Olavide, Sevilla. es un capítulo del libro:

“HOMBRES. LA CONSTRUCCIÓN CULTURAL DE LAS MASCULINIDADES”, EDICIONES TALASA, MADRID, 2003. y publicado en el rincoón de Haika el 14 de junio del 2009
Para autores como Clifford Geertz (1997) o Victor Turner (1982), las acciones expresivas, lúdicas, festivas, “performativas”, al fin y al cabo como una pelea de gallos, una representación teatral o un partido de fútbol, son acontecimientos de creación, cocreación y recreación de la cultura bajo parámetros estéticos, o un sistema de comunicación que a través de signos y símbolos nos informa de cómo sentimos y vemos la realidad. (…) El fútbol, como sistema de símbolos en acción, encierra una multitud de referentes y acciones colectivamente experimentadas que hacen de él una fuente de sentido para los varones que juegan, ven, arbitran, entrenan o discurren por el mundo del fútbol. (…)Es uno de los marcos más significativos y densos en el que se recrea, se construye, se vive la masculinidad tradicional andocéntrica, entendida más concretamente como machista, homofóbica, misógina y prepotente.
Carmen Diez Mintegui (1996) demuestra en su estudio que en nuestra sociedad el mundo del fútbol actúa de referencia y legitimación para el mantenimiento de un espacio donde los varones reciben una socialización específica que está ligada a valores relacionados con el éxito, el protagonismo social y otros que se recrearán a lo largo de la vida de los hombres. Como elemento socializador de primer orden, la práctica deportiva se enmarca dentro del contexto más amplio de los juegos.

El niño que juega al fútbol con sus compañeros –ocupando en ocasiones la totalidad del espacio y relegando a los no jugadores, especialmente a las niñas, a espacios marginales del patio del recreo. Reproduce muchos de los esquemas, valores y comportamientos del deporte profesional: visten las camisetas de sus ídolos, gritan como ellos, celebra los goles con similar parafernalia y por supuesto, “le echan pelotas” (…) En
el más amistoso de los partidos se le exigirá al jugador competitividad, liderazgo, frialdad, agresividad, autoconfianza, seguridad, ardor, empuje, hostilidad frente al rival, todos ellos valores muy masculinos. (…) Los límites de la ética, la moral, lo que llaman “deportividad” resultan complejos y difusos y en cualquier caso no se corresponden con el discurso sobre la bondad de la competencia sana en el deporte. El niño aprende que la victoria está por encima de los valores de la “deportividad”. (…) Los niños en los estadios aprenden cómo se comporta un verdadero aficionado, cuándo se grita al contrario, al árbitro, cómo tratar a la afición contraria y cómo arengar a tu equipo y a tu jugador preferido. Aprende, en pocas palabras, cómo se comporta un hombre de verdad. (…) El fútbol es uno de los pocos ámbitos en el que al niño se le permite casi de todo. Comportamientos que serían censurados por sus padres en otros contextos -insultos, por ejemplo, no solo no son desacreditados, sino bienvenidos como muestra de que el “chaval siente los colores”.

 

 

.La violencia de los aficionados en el fútbol ha sido y es una de las temáticas estrella de la sociología y la antropología del deporte en las dos últimas décadas. Aunque el fútbol no es el único deporte en el que asistimos a fenómenos categorizados como “violencia de masa”, los desórdenes agresivos son ciertamente más frecuentes en contextos relacionados con el fútbol que en otros deportes. Según Dunning (1993) para las bandas adolescentes de la clase obrera, “el fútbol constituye un importante foco de representación de rituales de masculinidad violenta en los que luchan por imponer su control territorial y por establecer el dominio físico sobre sus rivales”. Estas bandas rechazan todo cuanto pueda oler a femenino. Consideran la habilidad para pelear –meterse en broncas- uno de los referentes más nítidos de su identidad de género.
– El lenguaje es uno de los principales vehículos para construir la masculinidad tradicional, como se ha constatado en numerosos contextos, entre ellos el andaluz. En el fútbol, las palabras obscenas, provocativas, conforman un argot sexista con el que cualquier aficionado está familiarizado. (…) Según Jáuregui, (1979), “todas las expresiones de carácter agresivo y violento que se emplean como vencer, derrocar, aplastar, humillar, destruir, hacer añicos, hacer morder el polvo, etc. y muchas otras, algunas de tipo obsceno, todas ellas cargadas de violencia, son ya un índice significativo que delata el fútbol como una contienda entre dos tribus, una contienda que entraña pasión intensa”.– Violencia de los jugadores: Cualquier entrenador sabe que el fútbol actual demanda que incluso un equipo de Tercera División cuente con una plantilla de 22 hombres. Una de las razones es que a lo largo de la temporada siembre habrá una media docena de bajas en la enfermería. En la temporada 2001-02 algún periodista se escandalizó al percatarse de que en tan sólo 9 jornadas habían caído lesionados 165 futbolistas en Primera División. (…) Si los médicos, entrenadores, y jugadores denuncian cada vez más la creciente dureza del fútbol, el tema no parece atraer las iras de los aficionados. Por el contrario, el hincha se ha acostumbrado a asistir con naturalidad a lances del juego que traen consigo roturas de huesos y ligamentos que dejan en la cama al jugador durante el resto de la temporada. Hay algunos que pasan años por los quirófanos tratando de reconstruir lesiones irreparables.(…) En nuestra opinión, si la aceptación de esta agresividad en el campo por parte de los directivos puede obedecer fundamentalmente a criterios económicos, la conformidad por parte de los aficionados tiene que ver con el modelo de masculinidad que allí se recrea. () Unos pocos ejemplos bastan para ilustrar esto: pocos se han olvidado del pisotón de Stoichkov al árbitro, del puñetazo de Romario a su marcador, de la patada de Goicoechea a Maradona. Quizás el seleccionador nacional, José Antonio Camacho, hay sido uno de los más fieles exponentes de este modelo de masculinidad. Para el, como reiteradamente ha manifestado, “no existen los partidos amistosos”.


– Explícita o implícitamente, el aficionado no sólo comprende y respeta a los jugadores prototípicos de la belicosidad deportiva, sino que los eleva a mitos de la masculinidad deseada. El recuerdo de su comportamiento “varonil” en el campo o fuera de él es cita frecuente en charlas y debates en las peñas futbolísticas, uno de los últimos reductos físicos de los varones, una vez que los bares y las tabernas son frecuentados por ambos sexos. La agresividad es aún mayor en los escalafones semiprofesionales (3ª y 2ªB). Nadie se alarma de que en cada temporada caigan lesionados varios jugadores que tienen que retirarse para siempre de la práctica del fútbol.


– La mujer en el fútbol: es este un deporte exponente de los más rancios estereotipos machistas referidos al orden natural de las cosas. La superioridad innata de los hombres por determinantes biológicos; la inoportunidad de la supuesta personalidad femenina –nerviosa, temerosa, etc. –para la práctica, e incluso, la afición al deporte rey; la incapacidad de la mujer para comprender los pormenores del fútbol, etc. son algunas de las construcciones discursivas sexistas que hemos podido recoger en nuestras entrevistas.

Uno de los clichés más frecuentes es la mujer como objeto sexual, como fiel acompañante del guerrero que necesita de la fémina para olvidar el ardor de la batalla. (…) Sin embargo, paradójicamente, el número de mujeres socias o que son asiduas seguidoras de sus equipos ha crecido espectacularmente en la última década. Es habitual, sobre todo en parejas de heterosexuales jóvenes, que ambos acudan los domingos al fútbol. La imagen del hombre abandonado por su esposa como cada domingo para sufrir en el estadio es motivo de moda entre algunas de las parejas que acuden al fútbol. (…) Muy pocas acuden en grupos femeninos, lo que sí es frecuente entre los hombres. Por otra parte, las actitudes de las hinchas evidencian que el comportamiento, y los valores recrean el mundo masculino del fútbol. Asumen muchos de los elementos, símbolos y formas de expresión que caracterizan el modelo de masculinidad imperante. Beben desproporcionadamente, propinan insultos obscenos hacia el equipo rival y al árbitro.

Su papel como jugadoras permanece aún opaco, al menos en España. Cierto que existe desde hace unos años varias ligas de fútbol femenino en nuestro país, pero el interés y conocimiento de los aficionados,la repercusión que tienen en los medios es mínima. En cuanto al estamento arbitral, tan sólo alguna mujer ha alcanzado la 2º División B, no sin polémicas cada vez que arbitra. Entre los entrenadores es así mismo impensable que una mujer pueda dirigir un equipo de fútbol, incluso femenino. (…) El futbolista se ha construido como culmen de todas las virtudes del modelo popular de biología masculina: fuerte, poderoso, competitivo, agresivo, valeroso y hábil. Por el contrario, la valía deportiva en el balompié no concuerda con las definiciones populares de la feminidad: débil, cooperativa, sensible, sumisa, graciosa. (…) Aquellas mujeres que osan entrar en el reducto masculino son automáticamente despojadas de su identidad de mujer y relegada a subproductos culturales construidos despectivamente a partir de su anormalidad. La mujer futbolista será estigmatizada como “lesbiana” y “marimacho” igual que el joven varón que se niega a darle patadas a un balón puede ser tildado en su barrio de “nena” y “mariquita”.

fijensé en la diferencia entre esta foto de mujeres futbolistas
y la anterior, de mujeres futboleras

– La identidad masculina propia del grupo se construye en contraposición a la del grupo rival, que se configura como arquetipo contrario, es decir, como homosexualidad, niñez, inmadurez.

– Homosexualidad y fútbol: El espectador ve cómo los jugadores celebran el gol con abrazos, revolcones y besos, incluso en la boca. Algunos se escandalizan al ver cómo se amontona orgiásticamente tras el goleador en un amasijo de carnes sudorosas en el que no se distinguen los pies de las cabezas. El gol tiene la fuerza de romper con los moldes rígidos de la representación habitual, con el papel de guerreros agresivos. Un gol, como culmen y recompensa de un esfuerzo titánico, libera la tensión acumulada y hace estallar en mil pedazos las convenciones que el libreto establece para el papel del futbolista.




() Algunos goles conllevan éxtasis colectivos, delirios multuosos, catarsis apoteósicas en que se quiebran los papeles. (…) Uno de los límites infranqueables viene configurado por el tabú de la homosexualidad. En toda la historia del fútbol español nunca un futbolista ha declarado su homosexualidad. Sólo en Inglaterra ha habido un caso de un jugador que ha salido del armario. Es fácil comprender las dificultades por las que pasaría aquel intrépido que lo hiciera. Los futbolistas –justifica la gente- comparten habitaciones en las concentraciones, se duchan juntos, etc.