Llevamos tiempo queriendo escribir sobre estos aparatitos: los succionadores de clítoris. Lo vamos a escuchar de muchas maneras, “succionador”, “estimulador por ondas” o “Satisfyer”. Tenemos que tener en cuenta que “Satisfyer” es una marca concreta, al igual que pasa con otros productos. El caso es que estos succionadores, han dado mucho de qué hablar durante los pasados meses. Tanto es así que es difícil encontrar a alguien que aún no los conozca. Esto a nosotras nos alegra enormemente por un lado, aunque también somos críticas por otro. Vayamos poco a poco.
Honestamente, como sexólogas feministas debemos reconocer que han facilitado exponencialmente la visibilidad de la masturbación y del placer de los cuerpos con vulvas. Sí, nuestros egos machacados por el patriarcado y capital. Pero bueno, saquemos aprendizaje de todo esto. Durante el año pasado, hemos podido ver como este juguete se introducía en nuestra cotidianidad de manera sorprendente: comidas familiares en las que se ha hablado de ello, reuniones navideñas con succionadores como regalos, conversaciones entre jóvenes en las que comentan sus experiencias con el aparato e incluso charlas de mujeres mayores hablando de la masturbación y de la curiosidad que tenían por el “cacharrito”. Ya sólo con esto, valoramos muy positivamente la existencia de estos juguetes. La llegada de los succionadores ha supuesto un cambio sustancial, un cambio en el imaginario colectivo, un punto de inflexión en la construcción de la erótica. ¿Por qué? Porque se ha roto la dinámica cultural de invisibilizar la sexualidad de determinados cuerpos. Se ha comenzado a hablar tanto de la masturbación femenina como del clítoris en cualquier contexto. Se trata, por tanto, de un juguete erótico que de algún modo ha sido o está siendo una revolución. Se puede decir que, ha democratizado algo la erótica.
Aún así seguimos bajo parámetros que otorgan sexualidad a unos sujetos privilegiados, relegando al silencio o a la frustración la erótica de otros muchos cuerpos. En concreto, la sexualidad de las mujeres vinculada a una losa difícil pero no imposible de quitar: ser joven, guapa, sin diversidad funcional ni intelectual, en pareja (a ser posible con un hombre), en el papel de deseadas, sustentadoras del placer ajeno, necesitadas de un falo para sentirnos “consoladas” o rodeadas de presiones cuantitativas (mucho de todo; orgasmos, lubricación, eyaculaciones, el kamasutra como legado postural, etc.) Tenemos un imaginario colectivo tan marcado e interiorizado que si dijéramos “esta mujer ayer usó un juguete erótico”, la gran mayoría hubiera imaginado un “consolador” con forma de pene y tirando al hiperrealismo [apostillar que son dildos o vibradores, nada de consolodares, que no consuelan sino que dan placer]. Para entender aún más este imaginario colectivo y cultural, habría que preguntarse cómo imaginamos a esta mujer: joven o mayor, precaria o con un buen sueldo, con vulva o pene, gorda o flaca, etc. Tenemos interiorizado, es decir, tenemos unas estructuras mentales sesgadas de lo que es la erótica y la sexualidad, pero además, de los cuerpos y de quiénes son los sujetos con derecho a sentir. Quizá esto puede estar cambiando algo y pensemos en más posibilidades, abriéndose nuevos modelos en nuestras construcciones. Está claro que los succionadores no son unos benditos ni son nuestros salvadores. Antes estuvo el feminismo o los movimientos de liberación sexual dándonos oxígeno ante tanta presión social. Eso sí, han generado un cambio y desde ahí lo acogemos.
Sigamos aún así desmontando nuestras cabezas. No nos cansamos de decir lo mismo. La masturbación no tiene ningún efecto secundario, todo lo contrario, nos aporta beneficios por todos los lados. En ocasiones, ésta sirve para comunicarnos, para experimentar nuevas sensaciones, para explorar nuestro cuerpo y para disfrutar de él, sin complejos. Aporta placer por placer: compartido o con una misma. Poco a poco, la educación sexual y algunos feminismos están consiguiendo romper los mitos de la erótica tradicional que tantos dolores de cabeza han provocado a las personas a lo largo de los tiempos. Se comienza a visibilizar la riqueza de los cuerpos, las múltiples maneras de sentir y expresar o a entender que no hay una sola manera de vivirnos. Pero además, los succionadores han facilitado a muchas personas explorar nuevas prácticas eróticas y darse cuenta de que el coito no tiene por qué ser la práctica central.
El succionador de clítoris es un juguete creado para la estimulación externa. Esto es, si lo pensamos, algo muy distinto a la práctica erótica de ese imaginario cultural: el coito. Pero entonces, ¿cómo es que este succionador ha conseguido tanta popularidad?, ¿los succionadores son siempre placerenteros?, ¿si uso esos aparatos sentiré al fin el ansiado orgasmo? Para poder responder estas preguntas tenemos que conocer primero qué es el clítoris y cómo funciona la respuesta sexual.
El clítoris es un órgano presente en las vulvas tanto de manera externa como interna. Externamente podemos apreciar el glande del clítoris e internamente sus raíces y sus bulbos. Su extensión interna es mucho más grande que la externa, tiene capacidad de erección y en toda su superficie cuenta con unas 8.000 terminaciones nerviosas. Entonces, qué hacen concretamente estos aparatos. Por un lado, tenemos malas noticias, no son exactamente succionadores. NO SUCCIONAN, así de claro. Son estimuladores por ondas de presión, lo que puede producir una sensación parecida a la succión. En su uso clitoriano, estimula de manera externa y directa el glande del clítoris, transmitiendo además esta estimulación también a su parte más interna a través de sus ondas. Esta estimulación es intensa, pero eso no quiere decir que por ende sea placentera. Al igual que ocurre con otros juguetes, no es café para todas ni van repartiendo orgasmos allá por donde vayan. No son varitas mágicas, aunque el mercado capitalista así nos lo transmita. Una vez más, depende de cada una. Además, no son sólo juguetes para estimular el clítoris, se pueden usar para estimular el resto de cuerpo que tiene la potencialidad de sentir todo tipo de estimulaciones, pero al que hay que educar, echarle y dedicarle un tiempito.
Por otro lado, la excitación y el placer no depende exclusivamente de las terminaciones nerviosas. No somos un simple botón, que tocas y el ascensor sube. En realidad, el placer tiene más que ver con el deseo propio, con la carga erótica que le pongamos al momento y a lo que esté sucediendo. El placer depende de la capacidad de dejarnos y permitirnos sentir. Parece fácil pero, como ocurre con otras muchas parcelas de nuestra vida, el placer se ha convertido más en un privilegio que en un derecho.
Otra cuestión importante: los orgasmos no se consiguen. No somos máquinas de acumulación de puntos. No se persiguen ni se buscan como el “arca perdida”. Los orgasmos se sienten. Nos sobrevienen. Llegan cuando tenemos la capacidad de dejarnos llevar, soltamos y, justamente, dejamos de buscarlos para sentirlos.
Desde luego los succionadores han visibilizado la erótica y el placer de muchos cuerpos, pero no tiene por qué gustar a todas, ni esto va a hacer que se tengan orgasmos como churros, o puede que sí. De lo que se trata es de probar y, sin exigencia, sentir y ver si es o no nuestro juguete. Muchas personas al probarlo y no disfrutarlo sienten que algo falla en ellas. No, lo que falla, una vez más, es la cultura que nos dice que sólo hay una manera de vivir la sexualidad. El riesgo en todo esto es pasar de la imposición del coito a la imposición del clítoris y los succionadores. Estos pueden imponer un nuevo modelo de placer rígido y excluyente. Una vez más, no todo el mundo siente placer o alcanza el orgasmo de la misma manera, ni en el mismo tiempo. No existe ni existirá jamás un juguete erótico que guste a todo el mundo, porque como hemos comentado, el placer y el deseo son diversos y únicos en cada biografía. Somos diferentes y en eso se basa la diversidad. Cada una tiene su mapa del cuerpo, que cambia a lo largo de nuestro desarrollo evolutivo. Lo divertido y saludable es explorar ese mapa, entenderlo y habitarlo.
Se trata por tanto
de aprender a escuchar qué es realmente lo que nuestro cuerpo nos pide.
Incluso, retroceder un paso y sentirnos sujetos de derecho al placer, a la
exploración y a la comunicación. Pero sabemos que no es una tarea fácil con
todo el ruido exterior que nos rodea, así como por la complejidad de nuestras
propias vidas. La sexualidad es un derecho del que nos han desposeído y que nos
pertenece. Una posibilidad quizá sea incorporar de manera más habitual en
nuestro léxico, el placer y el sentir, para abandonar palabras cargadas de
malestar y apropiarnos de palabras que sigan transformando nuestros
pensamientos y así, llegar a cambiar también nuestros sentires. Poner en el
centro otras prácticas como formas de salud y cuidado: como el fomento del
contacto y de la escucha del cuerpo. Fecundar nuevas maneras sin
universalismos. Buscar fórmulas para conectar con el cuerpo, para escucharlo,
sentirlo y disfrutarlo, es decir, cuidarlo. Se trata de jugar, con o sin
juguetes, porque el deseo y el placer son juegos. Cuidarnos como retos para
alejarnos de las presiones, las reglas y los caminos marcados. Ampliar la
mirada para entender que la sexualidad forma parte de nuestra salud y
desarrollo personal. La sexualidad es cuidado personal y mutuo, que no se nos
olvide.
Ahora y siempre, salud y que los cuerpos no dejen de jugar, con o sin succionador: esa no es la cuestión.
Jara Barrero y Lurdes Orellana
Desmontando a la Pili S.Coop
Este artículo ha sido publicado en Arainfo. Puedes verlo aquí.