“Anoche tuve sexo”. Así comenzamos muchos de nuestros talleres con personas adultas. No para presumir de la buena noche, sino para ir desmontando poco a poco a través de una sencilla frase las cosas que irán saliendo (reflejos del imaginario colectivo). Y de ahí, partir de una pregunta: “¿qué creéis que tuve o hice?”
La mayoría de personas nos contestan cosas como “intimidad con tu pareja”o “relaciones sexuales con tu pareja”. Para indagar un poco más preguntamos “¿quién es mi pareja?”. Entonces vienen contestaciones como “quien tú quieras” o “podría ser una chica”. Algo que a priori, puede parecer esperanzador en cuanto a la visibilidad y el respeto a la diversidad sexual, a la comunidad LGTBI. Sin embargo, en muchos casos más que esperanzador es algo carente y vacío, como una muletilla.
La semana pasada en uno de nuestros talleres hicimos esta misma pregunta y sucedieron las mismas respuestas. Al acabar la sesión una mujer se acercó a hablar con nuestra compañera. Ella llevaba una camisa de cuadros bastante grande (un detalle importante en esta historia) y la mujer, al haber estado hablando del amor y con toda su buena intención (¡le mandamos un beso desde aquí!) le dijo: “llevas esa camisa de tu pareja porque te hace sentir cerca de él”. Y finalmente la cruda realidad salió a la luz.
La “aceptación” al colectivo LGBTI se ha convertido en algo políticamente correcto. Y aunque mejoría, esto puede ser un arma de doble filo porque no evita las violencias. No sólo por la invisibilidad existente, la constante salida del armario (cadena perpetua, nunca acaba), la sorpresa cuando se cuenta, las expresiones tales como “lo que nos ha tocado”, etc. siguen estando presentes pudiendo marcar de miedo y malestar la propia vivencia. Es más, convertir la aceptación en algo políticamente correcto oculta las violencias. Las esconde tras finas cortinas de tolerancia (que huelen un poco a cerrado) y hacen decir cosas como: “yo lo respeto pero –inserte comentario lgbtifóbico aquí-”; o dar por hecho una determinada identidad, cuerpo u orientación del deseo, hasta que se demuestre lo contrario. Creyendo que no se están ejerciendo violencias, que no se están ignorando vivencias o que éstas están completamente aceptadas. Estas aceptaciones no son un acto honesto y consciente, un hacerse cargo y una renuncia a los privilegios o a reconocer las propias limitaciones. La cuestión es que las vidas de las personas del colectivo LGBTI (igual que las de cualquier otra persona) no tienen que ser aceptadas ni toleradas por nadie. Ahí la mayor de las violencias. No hay alguien por encima de otro alguien decidiendo si su vida merece (o no) ser vivida con libertad y respeto.
Vayamos una paso más allá. Tomemos consciencia de nuestras improntas y creencias, de nuestras actitudes y emociones. Hagamos el ejercicio de honesto de pensar en la frase inicial, tuneémosla para otras realidades y pensemos qué es lo primero que nos viene a la mente. Reconozcamos cómo se ha interiorizado la cultura, para cuestionarla y poder trasfromarla. Así haremos actos conscientes de abandono de aquello que nos impide ver lo maravilloso de la diversidad.
La educación sexual tiene que salir de lo políticamente correcto. Porque las correcciones políticas no sirven para comprender. Se necesita información, se necesitan preguntas, se necesitan ideas que hagan reconocer la existencia de la diversidad en todas las personas. Y a su vez, que hagan entender estas diferencias de la misma manera sean las que sean: como una realidad humana, una realidad sexuada. La diversidad es el punto de partida y nos hace iguales desde la diferencia. Celebremos nuestras diferencias en lugar de pisotearlas hasta hacerlas planas. La diversidad es riqueza, es un valor, es una realidad.
Que tengáis un orgullo feliz y políticamente incorrecto.