El sistema heteropatriarcal-capitalista no hace más que tocarnos las narices, y en concreto, a muchas, los ovarios. Conocemos sus estrategias de privatización y asfixia a través de recortes de derechos a la ciudadanía con ese vil discurso de “es por el bien de todos y debemos hacer esfuerzos” y cosas semejantes que en vez de hacernos responder como borregas, nos hace cada día alimentarnos de más odio y rabia.
Desde otoño de 2011, llevan violentándonos con recortes y agresiones constantes a la ciudadanía y en concreto, atacando a las libertades sexuales y a los derechos de las mujeres. Por nombrar algunos de los ataques:
• El intento de echar abajo el matrimonio entre personas del mismo sexo o también llamado igualitario. Hecho homófono que quedó deslegitimizado por su propia justicia.
• La amenaza, aún vigente, de reformar la actual Ley Orgánica de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) que nos quitaría el derecho a decidir sobre NUESTRA maternidad y dejaría nuestros deseos, necesidades y bienestar-salud en el cubo de la basura.
• Los ataques constantes al uso y acceso a los métodos anticonceptivos y a la píldora postcoital.
• Las embestidas a la integridad sexual de las personas con diversidad intelectual.
• Su incesante preocupación-inversión por la segregación de sexo en educación para perpetuar el sexismo.
• Sus paternalistas medidas de protección ─las denuncias, las medidas cautelares y la protección policial ─ que nos victimizan y evitan que nos reapropiemos de nosotras mismas.
• Las estadísticas a la hora de contabilizar los casos de violencia machista.
• O la retorcida idea de modificar el acceso a la reproducción asistida, que por mucho que lo nieguen es misógina, lesbófoba y, además, edadista.
En general, medidas clasistas e ideológicas que atacan de un modo u otro derechos universales y que intentan colonizar, de nuevo, nuestros cuerpos, nuestras vidas.
Pero este texto no proyecta ser un documento informativo o un análisis de la realidad ni de la actualidad. Pretende ser un reconocimiento a nosotras: a las feministas y a los movimientos de liberación sexual. Quiere ser una celebración de nuestros espacios creados de lucha conjunta, de las múltiples respuestas practicadas y de la incesante búsqueda del común que vamos haciendo para conseguir reventar el sistema.
Una invitación a reconocer, por qué no, nuestras respuestas frente a las agresiones sistemáticas del Estado. Respuestas que hemos, estamos y continuaremos ejerciendo.
Este texto es un regalo, un conjunto de letras que muestran el orgullo de ser feminista y alimentan a seguir siéndolo.
Al igual que hicieron nuestras hermanas, tías, madres o abuelas, en otros momentos y en otros contextos, hemos salido a la calle con fuerza. Hemos vuelto a teñir las calles de morado, y en blanco y negro hemos gritado aquellos lemas que ahora vuelven con igual rotundidad: “Aborto libre y gratuito” o “Mi cuerpo es mío y yo decido”.
La presencia feminista en las calles ha manifestado que no queremos que nos protejan ─y menos aún sus lacayos, la policía─ y que apostamos por la autodefensa feministas desde las escuelas y en todos los barrios. Nuestras respuestas han mostrado que conocemos el poder de las palabras en la construcción del imaginario colectivo y por eso no cedemos en los conceptos y además, los visibilizamos. Nos hemos encontrado en las conversaciones demostrando que estamos al tanto de las técnicas del enemigo.
Sabemos convertir sus estadísticas en pura serigrafía y les decimos que da igual el número que quieran mostrar, porque “si nos tocas a una, nos tocas a todas”. Sabemos, y eso nos hace luchar como leonas, que el único criterio para ser candidatas a las técnicas de reproducción asistida, según la OMS, es “haber tenido relaciones sexuales frecuentes sin protección durante un año que no dieran como resultado un embarazo”.
Llevamos dos años intensos de respuesta colectiva, de escraches feministas, de panteras escupiendo contra el machismo. Han sido dos años de encuentro intergeneracional, donde juntas hemos confrontado contra el sistema. Se han vuelto a crear alianzas y espacios de cuidados. Ahí reside nuestra fuerza, en la suma de un nosotras. No somos enemigas ni víctimas. Somos muchas, somos casi todas y se anuncia que aún quedan muchas por llegar. Una celebración que advierte que “eres guerrera, juntas somos dinamita” y nos recuerda que con las fuerzas de los cuidados y con la rabia que genera la opresión, creamos espacios de seguridad y alianzas necesarias para reapropiarnos y resistir a los ataques.
Resistimos mientras cantamos “¡ele, ele, arsa, arsa, hemos hecho un aborto en la casa, fuera de la ley, fuera de la ley, a ver qué pasa!”
No tenemos miedo, estamos cabreadas. Sabemos que somos muchas. Sabemos que somos legión.
Lurdes Orellana (psicóloga-sexóloga-feminista) | Para AraInfo